Cuando era niño y nadie lo notaba, ya amanecían gorriones colgados de los aleros. Se declararon listos los adornos necesarios para hacerme triste. Madre, y padre, eran como mentiras de nube, interrogantes escritas en los cabellos de aquella temporada del árbol suicida que enredó en los silencios
la melancolía de diciembre.
Vengan a soñar conmigo entre estos toros y caballos que mastican la grisura que baja por el lago de la memoria. Vengan a soñar conmigo, a descubrir el nombre paterno que salta en un pez que se enreda en los contornos de este recuerdo descalzo, vengan, que sigo sin aprender como no hacerme triste.
COMO HACHAZOS DE LUNA
Las arrugas mías fueron en la selva cascabeles antes de tener las pieles que tantos julios le dieron. Me conocen. Embistieron los andares vivarachos como aguaceros borrachos. Y las arrugadas yedras, hablan aún con las piedras en los pies de otros muchachos.
La primera de la frente fue otra noticia pequeña, una cicatriz que sueña sobre la bruma del puente. La vi náufraga en la fuente
cual nube que se enarbola, joven puerta que se viola como se viola un altar, mi arruga se vuelve mar, y está tan sola, tan so
No tardaron los inviernos en cerrar sus nudos fuertes, haciendo pequeñas muertes al rostro de los cuadernos. Nacieron otras. Eternos sobre los mudos caminos han hecho sus remolinos los sesenta y seis flechazos, como si fueran hachazos de luna entre los molinos.
EN UN TREN DEL RECUERDO
Estas calles heridas de palomas con silencios más grandes que los gritos, son eternas nostalgias de granitos desnudas por el tiempo y sus maromas.
Estas calles sin puntos y sin comas ocultan caras de trenzados mitos en los roncos diluvios infinitos que nos ladran en todos los idiomas.
Y en la espera que el sol se me desborde en estas calles donde el alma llueve, de Serrat, voy fumando algún acorde
en los ojos cansados de esta nieve donde suda la luz por cada borde en un tren del recuerdo de las nueve.