Mar en calma…
Sobre apacible mar de azul paleta,
en que el dorado Ra, feliz, tremola,
a impulsos de una brisa, algo veleta
surca con parsimonia una goleta,
dejando tras su paso suave ola.
Con ligeros ronquidos, el piloto
duerme asido al timón de roja tea.
Junto al palo mayor, con firme voto,
el grumete, remienda un foque roto,
y quita de su faz la negra brea.
Por más que lo enmascara el alquitrán,
se apercibe el rubor en su mejilla
cuando ve aproximarse al capitán
con modales de fiero leviatán
que quisiera pasarlo por la quilla.
En cuanto llega a él le dice, airado,
¡te llevaste un arenque del barril…!
El muchacho, con rostro acong
asevera no ser quien lo ha robado;
mas el viejo patrón, pugna cerril…
Ignoran que el ladrón fue gavia experta,
que se posó en un palo de la nave
y escudriñó, avispada, la cubierta.
Al ver que la barrica estaba abierta,
¡muy pronto fueron uno, arenque y ave!
Está en calma la mar; la brisa lenta…
Un pececillo, a lomos de una ola
saca la testa al sol, que la calienta.
Ajeno al negro sino a que se enfrenta,
el agua agita con su exigua cola.
La gaviota, en lo alto, otea con celo…
Al ver brillos de plata, urde la trama…
Desgarra el zarco mar , cual escalpelo
y torna con su presa al claro cielo…
Tras si deja al grumete, con su drama…
Fotografía tomada de Internet
Cambalache…
En nuestra cita no hubo cambalache,
pero si desigual contrapartida…
Yo te di un tosco amor; tú -sin medida-,
donaste un querer de seda azache;
mas, el dulzor de tu mirar guirlache
en febril convirtió mi fe aterida ,
al posar en mis ojos la encendida
calidez de tus gemas azabache.
Es que tus ojos de negror sidéreo
tienen, cuando me miran, la tersura
y la armonía de un paisaje etéreo,
porque sus iris de sin par dulzura
son oxidianas cuyo brillo céreo
proyecta en mis pupilas su negrura.

Tus azules ojos…
Son tus ojos dos índigos fanales…
Dos trozos de azulada turmalina
con reflejos color aguamarina,
dignos de orlar coronas imperiales.
Son tus ojos dos zarcos ventanales…
Dos joyas que reflejan azulina
la luz que emite el sol, cuando avecina
sus rayos a esos límpidos vitrales.
Tus ojos, cuyo tono imita el cielo,
son azures vestigios de un suspiro
que el omnisciente Dios situó en el suelo.
Verifico, mujer, cuando los miro,
que tienen la turquesa tez del hielo
y los bellos fulgores de un zafiro.

Tus verdes ojos…
Cuando tus ojos puros , cristalinos…,
en los míos, amor, buscan amparo,
esos ojos- de un tono verde claro,-
se vuelven zalameros y mohínos.
Mas, si adquieren fulgores olivinos
y en mis ojos se posan, con descaro,
mi pobre corazón es cual ignaro
cervatillo a merced de dos felinos.
Mientras esos fragmentos de esmeralda
me contemplen de frente…, su belleza
me llenará de paz y de alegría;
pero si alguna vez me dan la espalda,
mi firme y numantina fortaleza
derruirá la gris melancolía.